Los alumnos escriben

A este Rincón de las palabras puedes enviar tus textos (relatos, reflexiones, etc) para que aparezan publicados aquí. Puedes dejarlos como comentarios en cualquier entrada de Filolaberinto o mandarlos a clasesjm@hotmail.com. Estás invitado.







Texto enviado por Pablo Rivera (10/4/2012).
Grapas

No hace mucho, descubrí que tengo una manía obsesiva con las grapas. En ellas encuentro un placer insospechado que jamás he logrado experimentar con ningún otro material físico. La crueldad que desprenden sus acciones me permite conducir toda mi ira y conseguir una personalidad pacífica e inocua.
Disfruto con su sufrimiento, y también con su maldad torturadora. No sólo la grapadora evoca en mi mente la forma de un revólver, sino que en ocasiones me sorprendo a mí mismo ofreciendo en sacrificio a cientos de grapas.
Observo de cerca como se doblan poco a poco por la presión que mis manos ejercen sobre el mango del instrumento metálico. Cuando ya han sido plegadas por completo, falta el último empujón que las prensa totalmente, y con el siento un placer nirvánico. Y después otra, y otra. Así toda mi rabia es pagada por las pobres grapas que caen moribundas al suelo con peligro de arañar la tarima que pusimos nueva el año pasado. Y así voy creando un cementerio entero diario a mi alrededor, sin apenas ser consciente de ello. Si no es suficiente, puedo llegar a doblarlas y retorcerlas con los dientes de la forma más extravagante posible, destrozando su pequeña columna vertebral metálica.
El chasquido es constante en mi habitación. Ellas son mis ojos, mis manos, mis oídos. Me ayudan a explorar todos los rincones de mi mundo con detalle. Aunque también vivo con el temor que alguna me pille despistado y se introduzca maliciosamente en mi cuerpo, bajo mi epidermis, y acabe dominándome. Porque mis experiencias tan íntimas con ellas me han hecho ver que todo oprimido se convierte alguna vez en opresor. Pueden ser malvadas, dañinas, insensibles. Y es esa crueldad la que verdaderamente funciona como mi vía de escape, gracias a nuestra mágica conexión. Mis impulsos eléctricos demoníacos se escapan por el metal como si de un rayo se tratasen, mientras mi conciencia se ve empañada por un falso alivio.
No obstante, cierto día, quitando las grapas de unos folios, descubrí que de los pequeños orificios manaba un hilillo de brillante líquido rojo. Me asusté al instante. No podía ser. Se trataba de folios reciclados que mi madre traía antes del trabajo. Papel resucitado después de muerto, de color momificado. No era comparable con el inocente folio blando de papelería que desconoce aún las letras de tinta, los trazos del carboncillo o los chiles de la papelera. Era un papel viejo y sabio, Y mi grapa lo había hecho sangrar. Mi grapa a través de mí y yo a través de mi grapa. Me empezaron a entrar síntomas de un ataque de ansiedad. Mojé el meñique en el rojo fluido y me lo llevé a la boca. El característico sabor de la tinta. Respiré profundamente con la sensación de un asesino que se cree su falsa inocencia. Pero, lo siento, no es culpa mía. Son las grapas.
Yo no puedo vivir sin ellas ya. Soy como ellas me han ayudado a hacerme. Sin la descarga diaria me convertiría en el monstruo que siempre he intentado reprimir. Soy un adicto. Un adicto oculto, cotidiano y aparentemente vulgar.
No sé si mi vida tiene un fin determinado. Ni me apetece planteármelo. Pero puedo asegurar que para mí si lo tiene la vida de las grapas que caen en mis obsesivas manos. La lástima es que la suya sea demasiado corta.


-     -     -     -     -
Texto enviado por anónimo (3/3/2011).

¿Que hacer cuando no existe motivación para mirar al frente y seguir adelante? Cuando ves que no puedes caer más en picado y que no tienes nadie en quien apoyarte, cuando todo está en tu contra y ya ni el viento sopla a tu favor cuando caminas por la acera, cuando piensas ''para qué'' acerca de todo lo que haces. Cuando ya no hay metas en tu vida. Cuando desearías tener un clavo ardiendo para aferrarte a algo pero no, no tienes ni ese maldito clavo al que agarrarte para no caer al vacío. ¿Qué hacer en ese momento?...¿Dejarte caer?


-     -     -     -     -
Texto enviado por T.R.I.S. (8/11/2010).

Tranquilidad: Estado de serenidad y sosiego.
Actitud: Razón o conocimiento práctico de lo que debemos hacer.
Impulsión: Deseo constante de ir hacia delante.
Sumisión: Obediencia completa a la acción.

-     -     -     -     -


Texto enviado por Dulce Otoño  (1/11/2010).

Aprendí que las cosas más sencillas son vitales. Es pecado dejar pasar el momento, y algunos se me escaparon. Fui apartando las minucias que a menudo atosigaban; fueron yéndose y cayéndose las falsas amistades. Sí, creo en el destino pero no en casualidades. Hoy mi protección es hablar con el corazón y que se abra, saber que por más que siembres no recoges si no labras. Observo más que antes, temo menos a mis lágrimas, presiento la ignorancia y mala fe de las sarcásticas muecas por sonrisa falsa; prisa con que marchan problemas, se evaporan como escarcha.
El tiempo me enseñó secretos: la fuerza no se esconde en amuletos, reside en como afrontas los aprietos. Y me conozco, sé que aún me queda y, tengo tanto que aprender con menos que perder. En este atardecer camino más felíz que nunca, con la calma y la paciencia del que sabe lo que busca.

-     -     -     -     -

Relato enviado por Pablo Rivera  (28/10/2010).

¿Ingenuidad?

Mi hermano chico siempre intentó coger el humo. Desde su primer cumpleaños, aquél en el que toda la familia soplamos las velas por él, su manita se acercaba, cerrando su puño para agarrar eso que puede ver pero... ¿cómo no tocarlo? Luego observaba su palma con esos brillantes ojos asustados y nos miraba buscando alguna explicación, sin darse cuenta de que esa sensación era su primer contacto con el misterio del mundo en el que le tocó nacer; que ese “¿por qué?” que reflejaban sus ojitos, no siempre sería respondido. Todos estallamos en carcajadas y aplaudimos. Él gritaba de alegría.

Cada cumpleaños igual, intentaba coger el humo de las velas. A medida que crecía sus movimientos eran más ágiles y aumentaban junto a su afán por lograr aquello que cada año intentaba hacer, acabando cada vez más cansado y preocupado. Al principio nos hacía mucha gracia, pero cuando cumplió seis años mis padres empezaron a asustarse, ya que claramente mi pobre “chache” no lo hacía para nada en broma. Sin embargo no queríamos decirle nada, y cada año nos callábamos y contemplábamos seriamente junto a la mesa su número.

El otro día cumplió 16 años. Esperábamos que olvidara su trabajo, su reto anual. Pero no lo hizo. No pude esperar más y le aparté antes de dar los regalos.

-“Oye, hermanito... ¿no sabes que el humo no se puede coger? ¿Por qué haces eso todos los años?”
La respuesta me dejó helado.
-¿Eres feliz?
No fui capaz de abrir la boca.
-“Yo por lo menos soy feliz creyendo que algún día lograré tener el humo en mis manos, no como tú, convencido de que es imposible, que ni siquiera te planteas intentarlo”.
Hoy contemplo el humo que sale de mi cigarrillo y cierro fuertemente los ojos intentando creer que puedo cogerlo. Pero ya debe ser tarde... quizá sea muy mayor. O poco feliz.




Textos de tema libre enviados por los alumnos entre 2006 y 2009 a Filolaberinto.




Entradas populares

En qué consiste un problema filosófico.

Uno más uno no siempre son dos.

Adivinanza en la ferretería.